Julia nació en Columbia, Carolina del Sur.
Cuando Julia tenía 18 años, decidió irse de su casa
porque su madre la trataba muy mal, así que sin decirle nada a nadie hizo su
maleta y se fue a la estación de autobuses de “GreyHound”.
Ella no sabía a donde iba a terminar, pero sabía que
quería se maestra. Tomó un autobús que iba a Nueva York y allí conoció a una
señora de Connecticut a la que le contó que se había escapado de su casa y que
no tenía ni dinero ni un lugar donde vivir. Esta señora le ofreció un trabajo
cuidando a sus hijos en Norwalk.
Julia trabajó cuidando a estos tres niños por dos
años para la familia Herslong.
Julia les tenía mucho cariño a los niños y en
especial a Joe el hijo mayor de la familia Herslong. Él la llevó a una iglesia
en Norwalk para que conociera a otras personas de su propia raza.
Julia se hizo de muchos amigos en la iglesia y ellos
la ayudaron y la animaron a superarse y a continuar trabajando y luchando.
En la iglesia Julia conoció a otra señora de
Carolina del Sur que resultó ser la madre del joven que más tarde sería el
esposo de Julia.
Julia siempre dice en voz alta el salmo 23 cuando
tiene algún problema y esto la hace sentirse mejor, siempre confía en Dios y en
su ayuda en los momentos difíciles.
La vida de Julia en Norwalk ha sido muy buena
gracias a todas las personas que ha conocido en la iglesia y a su familia.
Ella cuenta que Joe es un abogado con mucho éxito
que vive en California pero que ella nunca olvidará toda su ayuda y el cariño
que recibió de él.
Su esposo fue un hobre muy bueno. Tuvieron dos
hijos: un chico que ahora es bombero en Norwalk y una hija que trabaja como
administradora en la Universidad de Yale. También tiene dos nietos y un
biznieto.
Julia cuenta con mucha alegría que pudo ir a
Carolina del Sur después de casarse a visitar a su familia, después de tantos
años y pudo reconciliarse con su madre y
explicarle a su padre, al que quería mucho, porque se había marchado de casa.
A Julia le encanta el centro y aunque no habla
español, es muy buena amiga y compañera de los hispanos y buscan formas de
entenderse.
Pienso que el cariño y la camaradería tienen un
lenguaje universal.
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Julia McClaster
Julia was born in Columbia, South Carolina.
When she was 18 years old, Julia ran away from home because her mother treated her poorly. She went to the bus station and bought a Greyhound ticket.
Julia did not know where she was going to end up,
but she knew that she wanted to become a schoolteacher. The bus that she was on took her
to New York City where she met a woman from Connecticut. Julia told her that she was a runaway and had no place to
stay. This woman offered Julia a job taking care of her three children in
Norwalk.
Julia worked with the Herslong family and became very attached to the children, especially
to the eldest, Joe. He introduced her to a church in Norwalk where she was able to
meet people of her own race and find friends.
Even though Joe is now a “big shot lawyer” in
California, Julia will never forget his help and the
love that she received from him.
The people in the church helped and supported Julia in many ways and her faith remained strong. Every time she had a problem she
would repeat Psalm 23 which would encourage her to keep dreaming in
order to obtain a better life for herself.
One day Julia met a woman in her church who was also from South Carolina and they had many things in
common. She ended up being the mother of the man that Julia would later
marry.
Her husband was a very good man and they had two
children together: a son, who is now a fireman in Norwalk, and a daughter, who works as an
administrator at Yale University. She also has two grandchildren and one great-grandchild.
Julia tells me with much joy that she was able to
return to South Carolina after getting married, reconcile with her mother, and explain to her father why she had left. She loved her father very much and
never had explained why she had left home.
Julia loves the center and although she does not
speak Spanish, she is a great friend and colleague of the Hispanic seniors and
they find ways to understand each other.
I think that love and camaraderie have a universal
language.
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